
Hoy en día existe una gran confusión entre las dos fiestas cristianas que se celebran seguidas: El 1 de noviembre – Día de Todos los Santos – y el 2 de noviembre – Día de Todos los Fieles Difuntos – confusión a la que ha venido a añadirse la celebración pagana de «Halloween», que proviene de la contracción de «All Hallow’s Eve», traducido al español, «víspera de todos los santos», o sea, la noche antes de la celebración cristiana y que se celebraba el 31 de octubre. Halloween se remonta a un antiguo festival celta de hace más de tres mil años y que coincidía con el fin de verano, la recogida de la cosecha y el inicio del año celta. Como parece ser que aquella celebración tenía que ver con brujas y supersticiones mal vistas por el cristianismo, como ha ocurrido en muchas otras celebraciones paganas, la Iglesia cambió una celebración por otra.
El Halloween de los irlandeses y el Halloween actual no tienen gran cosa en común. El que hoy se vive en los colegios y calles de todo el mundo es una especie de fusión cultural entre los protestantes norteamericanos que disfrazaban a los niños de santos y ángeles y les daban caramelos para que no temieran el día de difuntos, con una saga de películas – originalmente made in USA – que constituyen un subgénero cinematográfico y que explotan el argumento de un criminal psicópata que en estas fechas, se dedica a asesinar brutalmente a jóvenes. Del éxito de la saga ha venido la moda de tornar los disfraces de santos y ángeles por otros de gente sangrando y con la cabeza atravesada por un machete caminando como si tal cosa.
A mí, particularmente, no me gusta la celebración de «Halloween», quizás porque de todos los géneros de cine, el único que me resulta imposible de soportar es el de terror. En general, no soporto la violencia extrema y gratuita, ni por exigencia literaria ni cinematográfica, pero entiendo que supone cierta catarsis reírse de lo que nos da miedo.
Dejando Halloween a un lado, la creencia popular y extendida hoy en día, es que celebramos lo mismo cuando juntamos TODOS LOS SANTOS y TODOS LOS DIFUNTOS. Asociamos esta fiesta con acercarnos al cementerio donde reposan nuestros seres queridos, para limpiar sus lápidas y depositar unas flores sobre sus tumbas y en el caso de los creyentes, rezar y confiar para que sus almas hayan alcanzado a ver a Dios. Pero esa es la parte, digamos, que corresponde al día segundo, el 2 de noviembre, Día de los Difuntos, no al Día de Todos los Santos.
Entonces; ¿A qué nos referimos con «Todos los Santos»? Y para empezar ¿Qué es un «santo» y para qué sirve que tengamos días dedicados a los «santos» en la Iglesia Católica?
Pues mirad, los santos fueron gente corriente que se volvió extraordinaria o fue gente extraordinaria que vivió vidas corrientes o gente extraordinaria que tuvo que vivir circunstancias extraordinarias. Lo importante es que sus vidas y en muchos casos, la forma en que perdieron o entregaron sus vidas, son un testimonio que vale la pena recordar, porque nos sirve para identificarnos con personas reales, gente de carne y hueso que tuvo fe y que esa fe sigue inspirando y alimentando la nuestra en la actualidad. Porque la historia de la Iglesia es una historia viva, que no sólo se contiene en los libros sagrados como en otras religiones, sino que se actualiza en cada instante con la forma en que vivimos nuestra fe.
Como este blog tiene visitas de países de diferentes continentes, imagino que para algunos, vuestra representación de los santos cristianos sea la más próxima a vuestra cultura y que, posiblemente, le tengáis devoción o al menos os resulte familiar algún santo de los que yo no he escuchado jamás hablar.
Para mí, criada en la cultura occidental – aunque el cristianismo se originó en Asia, en Israel, mis referencias son los grandes místicos españoles, cuyos poemas os recomiendo buscar en internet: Santa Teresa de Avila y San Juan de la Cruz.
También, y ya en el siglo XX, mi gran referencia es el periodista y escritor José Luis Martín Descalzo, cuyos artículos y columnas en el periódico «El Norte de Castilla» mi madre conservaba recortadas. Después, fueron recopiladas en tres libros titulados «Razones para el Amor», «Razones para la Esperanza» y «Razones para la Alegría», los cuales os recomiendo leer de todo corazón. José Luis Martín Descalzo no es un «santo oficial», aunque estoy segura de que es uno de esos «santos anónimos»que no tienen fecha en el calendario ni altar en ninguna parroquia, y a los que la Iglesia dedica este día de TODOS LOS SANTOS de 1 de noviembre.
Sin embargo, cuando llegó la pandemia de COVID-19 y el largo confinamiento, yo no me sentía especialmente inclinada por profundizar en mi vida cristiana. Más bien, todo lo contrario. Intentaba evadirme todo lo que podía de la realidad y cuanto más lo hacía, más se empeñaba la realidad en recordarme que no hay vida fuera de uno que merezca la pena ser vivida tanto como la que se nos regala al experimentar la profundidad de nuestra alma.
Inmersa como estaba en el pequeño éxito literario de mi primera novela, «La carta coreana; la emoción invisible» y habiendo empezado la segunda; «Los peregrinos de Corea», llegó a mis manos un libro titulado «Las Cartas de San Andrés Kim Dae-geon». Lo habían publicado en Corea del Sur, en inglés y era la recopilación de 21 cartas escritas de puño y letra por el santo patrón de Corea del Sur, a la sazón, el primer sacerdote nativo de la Iglesiar coreana, la cual apenas contaba con dos siglos de historia.
Leí la noticia de la publicación de este libro por casualidad, navegando por las redes sociales. La publicaba el propio traductor y coautor del libro, Brother An Sonjae, un sacerdote católico de una orden ecuménica, nacionalizado coreano, que ha hecho y sigue haciendo una ingente labor de divulgación de la literatura coreana. Como no sabía cómo pedir el libro, le escribí y él fue tan amable de enviármelo.
Para cuando leí las CARTAS, yo ya había recopilado mucha información sobre la vida de San Andrés Kim Dae-geon, por videos, artículos en blogs especializados y el propio libro, con sus cartas traducidas al inglés, estaba lleno de referencias históricas, mapas y algunos retratos, que lo representan vestido con la vestimenta de su época y aparentando mucha más edad. (San Andrés murió con 25 años y si bien es cierto que los 25 años de hace dos siglos no son los 25 años de ahora, me seguía pareciendo un hombre muy joven, incluso murió más joven que el propio Jesús)
Entonces leí otra noticia sobre una película que se iba a rodar en Corea sobre la vida de este santo, por el que yo cada vez sentía más admiración y con el tiempo, devoción, que es cuando un santo empieza a ser un confidente con el que charlas y al que le confías tus problemas.
En la noticia que leí sobre la pelicula (y que desconozco si se ha llegado a rodar aunque me encantaría verla si así ha sido) se mencionaba el casting de los actores. Para el papel de Andrés Kim Dae-geon habían seleccionado a un actor de k-dramas, protestante. Busqué fotos del actor – Yoon Shi Yoon – y me descargué un par de ellas en la carpeta para documentar la novela. ¿Así que así sería San Andrés en carne y hueso? – me pregunté – ¿Un joven atractivo, con mirada inteligente y sonrisa pícara? Pues sí, porque los santos tienen que ser imaginados como los veríamos hoy y tenemos que entender que eran personas reales que vivieron sus vidas queriendo ser santos, que no es otra cosa que ser fieles al Evangelio.
Confieso que como aficionada a los k-dramas y escritora de novelas de amor, creer en la resurrección da mucho menos juego narrativo que contar una historia romántica en clave de reencarnación, como en el budismo. Pero yo quería escribir una novela de amor con la mirada de este joven, que abrazó una religión extranjera hasta el punto de dar su vida martirizado por defender su fe, presentando la «resurrección» como yo puedo imaginarla. Quería también contar la vida de este joven coreano como la podría entender cualquier joven que no tuviera ninguna noción previa sobre Corea. Sin embargo, también quería contar, desde el respeto, que existen otras creencias que no entienden la trascendencia del alma como lo hacemos los cristianos.
La trama se fue hilvanando sola, como si el propio santo me diera pistas para enlazar las historias, para poner en el corazón herido de cada personaje la luz para salir de su túnel, el coraje necesario para encontrar en el AMOR el sentido a sus vidas y al llegar al final de su peregrinación, la FE que cada uno anhelaba.
Y quiero pensar que «Los peregrinos de Corea», como novela de amor que une culturas y lugares muy diferentes por donde caminan muchas personas de muchos países y creencias diversas en busca de una experiencia trascendente, también puede ayudar a explicar un dogma de la Iglesia – LA COMUNION DE LOS SANTOS – que nos dice y así debemos creerlo porque no hay forma de probarlo sino se experimenta desde la fe, que todos estamos UNIDOS pero nos encontramos en diferentes estados; unos vivimos aún PEREGRINOS en este mundo, otros, ya DIFUNTOS, se purifican (y aquí el cristianismo pone menos énfasis que las creencias asiáticas con el Karma ) y, por último, los SANTOS, que son los que ya contemplan a Dios cara a cara: Los que peregrinamos por el mundo podemos rezar por los que se purifican y los que ya contemplan la gloria de Dios pueden cuidar de nosotros e interceder para que todos lleguemos a disfrutar de la vida eterna.
Si quieres leer la novela puedes hacerlo en español o en inglés, en libro o en ebook. Visita la sección de mi blog – MIS LIBROS A LA VENTA – y cuéntame si te ha ayudado en tu peregrinación por este mundo o al menos, si has pasado un rato entretenido que, en definitiva, es todo lo que pretendo.