Carmen, más que un nombre

Carmen es un nombre muy popular en España,  y especialmente querido para mí, porque es el nombre de mi madre, una mujer que todos los que la conocieron, admiraron por su profundo testimonio de vida cristiana y a la que yo dediqué mi segunda novela “Los peregrinos de Corea” ( 한국의 순례자들) ;

A los que caminan con la mente y el corazón abiertos.

Fue mi madre quien me enseñó que hay muchos caminos para la fe

 y que todos los caminos se pueden recorrer con el mismo amor.

Carmen era, en mi infancia, tan solo un nombre familiar, sin ninguna connotación histórica, si acaso vagamente religiosa: “La Virgen del Carmen” es patrona de los pescadores y de la Armada española (desde 1901) y sabía que estaba vinculada a la tradición marinera de muchos pueblos costeros de procesionar en sus barcos de pesca, abarrotados de feligreses y turistas, bellamente adornados con guirnaldas de flores. De hecho, uno de estos pueblos, es Suances, la localidad cántabra donde arranca la peregrinación de mis personajes para transitar el Camino Lebaniego y luego, continuar su ruta hacia Santiago de Compostela.

Fue durante mis años en la Facultad de Derecho que mis tíos me ofrecieron a acompañarles a una Peregrinación a Tierra Santa: ¡Jerusalén! La primera de las ciudades santas para el Cristianismo pero también, lugar santo para el Judaísmo y el Islam.

Estaba emocionada por tomar por primera vez un avión; por viajar a un destino que me parecía muy exótico, pero no esperaba experimentar todo lo que sentí recorriendo los lugares santos.

Israel no es de hecho muy grande. Tiene el tamaño de una provincia española grande, por lo que la ruta, una vez que el avión aterrizó en Tel Aviv, en el centro del país, consistía en subir al norte, y desde allí visitar Nazaret; el mar de Galilea y llegar a Jerusalén, siguiendo el recorrido de la edad adulta de Jesús.  ¡Yo ardía en deseos de llegar a algún sitio que pudiese recordar de algún capítulo de la Biblia! Quizás por ese motivo, sentí una gran decepción cuando el primer lugar de parada de la peregrinación era la ciudad de Haifa, de la que no había escuchado hablar nunca.

—  ¿Qué había ocurrido en Haifa que valiera la pena? pensé para mis adentros, porque no quería mostrarme como lo que era; una universitaria ignorante. En el autobús viajaban una veintena de hermanos maristas venidos de todo el mundo y al frente estaba un fraile franciscano muy experimentado, ya que la orden de los franciscanos custodia los lugares santos de la cristiandad en Israel y Palestina desde no sé cuántos siglos… y, por tanto, nadie mejor que ellos para ser guías turísticos y espirituales de grupos de peregrinos.

Así que me callé la boca y esperé a que me explicasen qué me había perdido, constatando las lagunas que los católicos de mi generación ya teníamos sobre la historia de nuestra fe. (Ni os cuento la pobreza que han infligido a las generaciones que han venido detrás todos nuestros políticos, con esto de considerar la enseñanza de la religión una batalla de siglas políticas en lugar de un asunto de cultura general)

Haifa es el principal puerto marítimo de Israel y es famosa por estar erigida a los pies del Monte Carmelo y a pesar de que su origen se pierde en la historia, actualmente tiene un aspecto bastante moderno. Lo extraño es que apenas puse los pies en Haifa me invadió una sensación espiritual difícil de explicar...

Nos dirigimos en autobús a un mirador desde el que se contemplaba toda la bahía y donde me explicaron que “Carmen” era, en realidad, una derivación de la palabra latina Karmel que significa “Monte Carmelo” o Al-Karem que en lengua semita significa “la viña de Dios o el Jardín de Dios”.  Por lo tanto, la devoción tan fuerte que en España teníamos por la Virgen del Carmen, se debía a una devoción mariana que se inició en aquel monte.

¿Y desde cuándo se veneraba a esa Virgen del Monte Carmelo? — pregunté, aún sabiendo que todos a mi alrededor ya lo sabían, especialmente mis tíos, ambos profesores de historia y muy amantes de las tradiciones católicas. Pero yo no iba a quedarme sin saberlo.  Pensad que hubo un tiempo en que no existía internet ni llevábamos móviles, por lo que la única fuente de conocimiento era el folleto de mano y la persona que amablemente nos dedicaba su tiempo a explicarnos qué había detrás de cada piedra en el camino.  Quizás por eso, los protagonistas de mi novela, «Los peregrinos de Corea» también tienen ese objetivo, no peregrinan para ellos, sino para tomar notas y documentar su viaje, porque más allá de lo que vemos, necesitamos una respuesta para lo que sentimos y aquel sitio – El Monte Carmelo-, tenía una energía espiritual que hizo que mi alma palpitase con tan solo estar allí.

Y así fue como me enteré de que la primitiva “Orden de los Carmelitas” surgió en ese monte, en el siglo XII.  Al principio no eran más que un grupo de ermitaños que siguiendo el ejemplo del profeta Elías (s.VIII antes de Cristo / BC), se retiraron a ese monte Carmelo que era como un “Jardín de Dios”, ya que la zona norte de Israel es un vergel, por contraste con el paisaje desértico del resto del país.  

Los ermitaños construyeron una capilla para la Virgen María y comenzaron a llamarla así: Nuestra Señora del Monte Carmelo.  

Pasaron luego a Europa en el siglo XIII, gracias al “intercambio cultural” promovido por las Cruzadas y alrededor del año 1240 iniciaron las primeras fundaciones de conventos en gran parte de la Europa medieval. 

Según la tradición cristiana, un 16 de julio del año 1251, San Simón Stock, monje carmelita inglés, recibió de la Virgen María el hábito distintivo de los carmelitas, una sencilla túnica de color marrón y el escapulario del Carmen para los fieles devotos.  

Seguro que muchos habréis visto un “escapulario” pero no lo identificáis con ese nombre: El escapulario consiste en dos piezas de tela marrón colgando una de las piezas sobre el pecho del portador y la otra sobre su espalda. Las piezas se hallan unidas con dos cuerdas o tiras que pasan sobre los hombros del portador y sus escápulas (u omóplatos), de aquí procede el nombre «escapulario».  Por diferentes motivos, el escapulario puede actualmente ser sustituido por una medalla como escapulario, con una imagen de Cristo con su Sagrado Corazón, en un lado y al otro una imagen de la Virgen del Carmen.

Volviendo a la historia de aquella primera “Orden de Carmelitas”, en 1291, a causa del asedio y la conquista de San Juan de Acre por parte de los Mamelucos musulmanes, la orden de los carmelitas se ve obligada a desertar de Tierra Santa y ausentarse por más de doscientos cincuenta años,  tiempo que dedicaron a fortalecer su presencia en Europa.

En 1562, Santa Teresa de Jesús efectuó una reforma de las normas que regían las comunidades carmelitas del siglo XVI y fundó el primer convento de Carmelitas Descalzas en la ciudad Ávila. Posteriormente, junto con San Juan de la Cruz, fundó la rama de los Carmelitas Descalzos. La nueva regla buscó retornar a la vida centrada en Dios con toda sencillez y pobreza, como la de los primeros ermitaños del Monte Carmelo que vivían como el profeta Elías del Antiguo Testamento.

Los conventos fundados por ambos religiosos, que además fueron grandes escritores de literatura mística (obra en prosa y en verso, que trata de expresar una experiencia personal de acercamiento y fusión del alma con Dios),  se encuentran repartidos por varios lugares de la geografía española.   Entre ellos, Caravaca de la Cruz,  destino final de mi novela de amor “Los peregrinos de Corea”.

Cuando abordaba los capítulos finales de mi novela, sentía que si entraba en profundidad a contar toda la tradición histórica y espiritual en torno a la ciudad de Caravaca de la Cruz,   esto es, si además de contar la tradición en torno a la aparición de la reliquia de la Vera Cruz (el Lignum Crucis ) escribía sobre los Carmelitas y el hecho de que en esta ciudad alberga las Fundaciones que cuidan de preservar el gran patrimonio espiritual que nos han dejado estos dos escritores, ¡no iba a terminar nunca la novela!

Por eso me centré en introducir un personaje que acogiera a los peregrinos y me permitiera narrar la historia de Daniel Bae, mi querido amigo coreano que dejó su vida militar en Corea del Sur para abrazar ese “alma carmelita” que expresa el amor a Dios a través de la sencillez, la pobreza, la obediencia y sobre todo; la amistad y cercanía al Señor.

Y me parecía importante contar también la historia del primer sacerdote coreano, San Andrés Kim Daegon ( 1821-1846, canonizado en 1984 por el Papa Juan Pablo II). Bautizado a la edad de 15 años, formado como sacerdote en Macao (hoy China), volvió a Corea clandestinamente arriesgando su vida para predicar la fe cristiana y como es común a los grandes santos de la Iglesia Católica, vivió cada adversidad apoyándose en su gran devoción a la figura de María.

En la novela quise mostrar como los personajes van descubriendo mientras transitan los Caminos de Liébana, Santiago y Caravaca de la Cruz, el amor que los padres sienten por sus hijos, y especialmente el amor de las madres, a través de la historia que transcurre en el Jeju-Olle; pues engendrar una criatura es un regalo de Dios y crea un vínculo que no se rompe nunca. Ese amor es una de las certezas morales que une a la humanidad y que alienta nuestra fe por Jesús, a través del amor que profesamos a su Madre.

Por eso, como vi hacer a mi madre toda su vida, hay que caminar con la mente y el corazón abiertos.

Novela a la venta en LA TIENDA LABOR VIVA
Regalías cedidas a la editorial para crear empleo para personas con discapacidad.

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