
Escribo en el blog mientras escucho un vinilo recopilatorio de grandes éxitos de música francesa que he encontrado al azar en una tienda vintage de mi ciudad. Escuchar todas esas viejas canciones de amor me evocan a la adolescente que estudiaba francés escuchando música, porque pocos más recursos teníamos a nuestro alcance los estudiantes del mundo analógico.
El francés fue mi primera lengua extranjera y mi primera inmersión en una cultura diferente a la española. Y cuando digo inmersión, me refiero a la única forma en que concibo estudiar un idioma, que es asimilando su cultura y disfrutando al máximo descubriendo su estilo de vida. Siempre lo he hecho desde la empatía, porque cuando uno se enfrenta a las diferencias culturales puede adoptar una mirada escéptica y hostil, cuando no de superioridad, estimando que nada es mejor que lo que uno tiene en casa. Afortunadamente, mi curiosidad siempre ensanchó los límites de mis preferencias y me hizo amar la melancolía de la «chanson» francesa y el rock social, el existencialismo de su literatura y el gusto por la filosofía y la vanguardia intelectual de sus universitarios, con los que mantenía correspondencia en un francés precario que no admitía más corrector que el diccionario.
Con el inglés tuve un proceso similar, de inmersión progresiva y de nuevo me sumergí en su cultura, descubriendo que, el mundo anglosajón y el viejo continente tenemos profundas diferencias. Así que, cuando llegó el Brexit, si bien fue doloroso para mis amigos británicos residentes en España, lo puede entender, aceptar y hasta valorar como algo necesario para que Europa avance en la dirección correcta.
Desde la pandemia, estudio coreano ( cuyo alfabeto se llama Hangul), sin remota pretensión de dominarlo. En este caso, primero llego la cultura coreana y luego el idioma. Fue como una ola (la célebre hallyu coreana) que me sumergió en sus K-dramas como una vía de evasión. Pero a la vez, descubrí la riqueza espiritual de una sociedad en la que conviven respetuosamente y con tendencia al sincretismo, diferentes religiones y creencias: Me reforzó en mi fe católica el descubrir la historia de cómo se inició el Catolicismo en Corea del Sur hasta el punto que he escrito novelas tanto sobre la inteligencia emocional de sus series (La Carta Coreana, mi primera novela en 2020), así como de la afición de los coreanos por las peregrinaciones a lugares santos (Los Peregrinos de Corea, mi segunda novela en 2022). Escribir novelas fue, por así decirlo, un ejercicio de inmersión que no había probado antes, y una experiencia tan gratificante como extenuante, por lo que implica publicar un trabajo y promocionarlo.
Hoy en día, escribir literatura de ficción es algo imposible de compatibilizar con mi profesión y mi doctorado.
Aún así, llegado el momento de decidir si seguía con este blog o lo cerraba, dando por finalizada la aventura editorial en mi vida, el corazón me ha pedido seguir adelante.
Cada día tomo un rato para hacer un par de lecciones en Duolingo, y aunque sigo sin entender nada, por lo visto ya tengo un nivel equivalente al A2.
A la noche, veo algún que otro k-drama. Me doy cuenta cómo la cultura coreana ya me es familiar hasta el punto de poder explicar su sociedad sin juzgarla solo desde mi mirada occidental.
Sé que algunos lectores esperáis que siga escribiendo sobre cultura coreana o ayudando a divulgar a algunos de sus escritores como los libros de mi amigo, el poeta Hanyong Jeong, Otras veces me llegan mensaje simpáticos de lectores preguntándome cuándo voy a dar continuidad a «La carta coreana», un libro que se sigue vendiendo por el boca a boca, y les digo que sí, que en ello estoy…. pero aún tardaré. Mientras tanto, muchas historias se cruzan y las voy hilvanando, porque las novelas se escriben cuando ellas lo deciden; publicar es otra cosa.
Así que, disculpadme, porque ahora me toca acabar el doctorado y eso implica sacrificio y muchas horas de lectura, investigación y redacción de artículos científicos. Pero la música coreana, con su dulce y delicado soft-indie k-pop, me sigue acompañando en mis horas de estudio, y la VIDA EN HANGUL me hace felíz, como cantaría Edith Piaf, porque me hace ver el lado romántico y amable de las emociones que nos conectan, porque de eso es lo que va este blog y vivir, ¿No es verdad?
